El desarrollo de la persona
moral
Las diversas aproximaciones
a la educación moral difieren en sus concepciones de los rasgos que
caracterizan el perfil ideal de una persona que se comporta moralmente de
acuerdo con los principios de ética más elevados, y de cómo se pueden moldear las experiencias de
aprendizaje para ayudar a los estudiantes a alcanzar ese ideal.
Las descripciones más
generales de la persona moral ideal o de los factores personales complejos que intervienen en el
desarrollo moral, combinan elementos
conceptuales, motivacionales y afectivos.
Aunque la escuela tiene como
uno de sus objetivos educativos fomentar
valores como el respeto, la tolerancia, la solidaridad y la
responsabilidad, entre otros, la
realidad de la violencia que se vive en las aulas se está convirtiendo en parte de la vida cotidiana entre alumnos y
profesores, por lo que la violencia
escolar ha dejado de ser motivo de asombro, lo cual debe ser
considerado como una alarma social.
Latapí (2002) señala que la
formación cívica y ética debe, por un lado,
promover en los jóvenes la identificación y el análisis de condiciones
favorables para el desarrollo humano en
sociedades complejas, heterogéneas y multiculturales, mediante el conocimiento,
el ejercicio y la defensa de los derechos, la participación activa y
responsable en los colectivos de los que forma parte el individuo, y la formulación argumentada de
juicios y posturas ante asuntos públicos.
La formación cívica y ética
debe atender el desarrollo de tres
grandes capacidades:
1) el juicio moral
2) la sensibilidad afectiva
a los aspectos morales
3) la autorregulación de los
propios comportamientos
El juicio moral implica el
desarrollo cognoscitivo y crítico del educando, el cual le permite plantear correctamente los
conflictos que se le presentan.
Las aportaciones de la
aproximación neuropsicológica al estudio del desarrollo
moral, las emociones morales y la conducta pro-social
La moral involucra el
conjunto de principios, criterios, normas y valores que dirigen nuestro comportamiento y que guían la forma
en que desarrollamos nuestras vidas, particularmente la manera en que
convivimos con los demás. La moral está relacionada con el nivel práctico de la
acción y permite tomar decisiones en situaciones cotidianas de la vida diaria y en aquellas
que representan conflictos morales.
Para que la formación cívica
que implica, esencialmente, la regulación de la
vida social mediante normas de convivencia pueda ser exitosa, requiere
que las normas establecidas tengan fuerza
moral, es decir, que sean adoptadas por la
mayoría de las personas y defendidas con convicción.
El desarrollo de la
identidad moral incluye pensamientos,
sentimientos y conductas. El pensamiento moral constituye el componente cognitivo de la moral, y
comprende:
- El razonamiento moral, que es la manera como la gente piensa sobre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo justo y lo injusto
- La toma de perspectiva, entendida como la capacidad de comprender los motivos y necesidades de los demás, lo cual resulta fundamental para que el razonamiento moral avance a etapas más desarrolladas o evolucionadas.
Los sentimientos, por su
parte, constituyen el componente emocional de la moralidad, e incluyen las emociones negativas
como la culpa y la vergüenza, así como
las emociones positivas, como el apego emocional, la simpatía y la empatía.
La Teoría Trinitaria de la
Ética (Narváez, 2008) plantea que existen tres tipos
de ética vinculados con tres
estructuras fundamentales del cerebro:
- La ética de la seguridad.
- La ética de la vinculación o del compromiso.
- La ética de la imaginación.
Los tres tipos de ética
arriba mencionados están presentes, de manera simultánea, en el comportamiento
de cualquier persona y que la pre valencia de uno u otro tipo dependerá de qué tan bien se hayan desarrollado
las estructuras básicas del cerebro, en que cada tipo de ética se haya asentado, así como de las oportunidades
que el ambiente haya proporcionado para desarrollarse como individuo.
El papel de las emociones
morales en el desarrollo de la conducta pro-social
El desarrollo moral implica
experimentar emociones y realizar conductas que reflejen preocupación por los
demás, tales como: compartir, ayudar, estimular, mostrar una conducta
altruista, ser tolerante y tener
voluntad de respetar las normas sociales.
Tangney, Stuewig y Mashek
(2007) señalan que las emociones morales contribuyen a un mayor nivel de
razonamiento y comportamiento moral, ya que
ayudan a las personas a distinguir características morales en contextos
específicos, motivan el comportamiento moral, frenan el comportamiento
indeseable o inmoral, y desempeña un rol comunicativo al revelar nuestras
preocupaciones morales a nosotros mismos y a los demás.
Las emociones morales, de
acuerdo con Haidt (2003), pueden ser tanto negativas (la vergüenza, el
remordimiento y la culpa) como positivas (empatía y simpatía), siendo ambos
tipos muy importantes para la vida moral, describe cuatro familias
de emociones morales:
- Emociones de condena
- Emociones de autoconciencia
- Emociones relativas al sufrimiento ajeno
- Emociones de admiración
Todos los niños aprenden
instintivamente que el mundo opera suavemente
cuando las reglas son obedecidas, pero también es cierto que al sufrir
las dolorosas consecuencias de no obedecer las reglas, sobreviene la excitación
y el conflicto.
El individuo adquiere una
serie de componentes de conocimiento negativo a través de sus experiencias y
esto es lo que brinda soporte a su conocimiento positivo. El conocimiento
episódico negativo es el contenido escondido de
nuestras reacciones morales.
El comportamiento moral y el
comportamiento pro-social se han confundido a veces en la investigación
psicológica, y mucho más en la práctica educativa. El comportamiento pro-social
es un comportamiento voluntario orientado a beneficiar a otros. Sin embargo,
este comportamiento puede llevarse a cabo por un sinnúmero de razones,
incluyendo, además de razones verdaderamente orientadas al otro, razones
egoístas y/o razones prácticas.
Los aspectos psicoafectivos
en los enfoques y programas de Formación
Cívica y Ética
En la formación de la
personalidad cívico-ética interviene un aspecto sustancial inherente a la
naturaleza humana: la afectividad. Ésta influye de manera determinante en la
forma en que se desarrollan la reflexión y el diálogo. Las emociones y los sentimientos organizan o
desorganizan el funcionamiento mental, la reflexión y el diálogo en la toma de
decisiones y en la participación en la vida ética y ciudadana.
García-Cabrero y Alba (2008)
señalan que la inteligencia, la voluntad y la
afectividad no son procesos separados ni áreas que se organicen
disociadas en la educación. Aseguran que
la habilidad para razonar correctamente respecto de situaciones moralmente
difíciles.
Los sentimientos morales
tienen un rol fundamental en la
motivación. Cuando se juzga que algo es bueno, nos sentimos motivados a actuar de una cierta
manera porque estamos predispuestos a sentir ciertas emociones motivadoras. Las
reglas que están ancladas en los sentimientos son particularmente efectivas
para guiar la conducta, ya que las emociones dirigen la atención y facilitan
los procesos de memorización y, en consecuencia, también facilitan la
internalización de las reglas.
Se requiere poner en
práctica programas formativos en los que se promueva el desarrollo de la sensibilidad ética, el
juicio ético y la conducta pro-social de los maestros, programas en los que,
mediante su participación en proyectos de intervención en escenarios escolares
y comunitarios, los docentes modelen formas apropiadas de regulación emocional
que les permitan internalizar las emociones morales y modelarlas,
posteriormente, con sus alumnos.
La perspectiva sociocultural
sobre el desarrollo moral
De acuerdo con el punto de
vista de diversos autores (Nucci, 2001; Prinz, 2007), la moralidad está
influenciada, en gran medida, por la cultura; es decir, diversos grupos
sociales tienen valores morales diferentes. La cultura incluye aquellos
aspectos que son aprendidos a través de la interacción social con otros
miembros, o de la interacción con las cosas u objetos que otros miembros del
grupo han creado. La cultura abarca componentes materiales, conductuales y
psicológicos (hábitos, destrezas, ideas, valores) que pueden ser transmitidos
socialmente.
Los miembros de un grupo
social establecen lazos emocionales con la gente que los rodea, principalmente
los cuidadores, los pares y figuras
prominentes que actúan como modelos de comportamiento moral. De acuerdo con lo
que menciona Nucci (2001), cualquier persona en un determinado nivel de desarrollo
puede percibir de manera diferente los componentes morales y no morales de las
complejas situaciones sociales, de acuerdo con su nivel evolutivo.
Las narrativas “entran” en
la mente del niño por medio de las diferentes voces que escucha en un contexto sociocultural
determinado: en el contexto de la relación con su madre, padre, abuelos,
personajes de cuentos o de la televisión, músicos o actores admirados por el
niño o niña, etc. Son las voces de gente real que poco a poco se internalizan y
se convierten en propias. Estas voces guían al niño cuando se enfrenta a
situaciones de resolución de un conflicto o dilema moral y determinan, en gran
medida, las acciones morales que él o ella muestra en dichas situaciones.
Desde la perspectiva
sociocultural, resulta entonces importante tener especial cuidado con el tipo
de lenguajes o discursos morales que rodean al educando y que van a conformar
su desarrollo moral y sus acciones morales. Gilligan (1982) señala que existen
dos voces predominantes en las sociedades occidentales, las cuales reflejan dos
formas ideales de relaciones humanas: la voz de la justicia, orientada a la
equidad, la reciprocidad e igualdad entre las personas, y la voz del cuidado,
sustentada en el apego, el amar y ser amado, escuchar y ser escuchado,
responder y recibir respuesta a las demandas propias y de los otros.
La adopción de una
perspectiva sociocultural del desarrollo moral tiene importantes implicaciones para la conducción
de secuencias didácticas en las que el
uso del lenguaje debe ser cuidadosamente elegido para propiciar situaciones
diálogicas, en las que las acciones morales mediadas por el lenguaje
representen verdaderas oportunidades de construcción de una personalidad moral,
orientada por los valores morales característicos de las sociedades
democráticas más evolucionadas.
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